Dado un tiempo,
las decepciones ya no te decepcionan tanto,
total,
acostumbrada ya estás.
No te asombra nada,
no te rompe nada,
no te lastima nada.
Porque estás acostumbrada.
Acostumbrada al dolor.
Y después de tanta tristeza,
de tanto rechazo,
nació un gran amor,
el propio.
Y si no había nadie,
le decía al mesero que me sirviera una cerveza más,
y regresaba a casa,
sola;
siempre sola.
Nunca hizo falta alguien que me abrigara en las noches.
La soledad me hacía ver guapísima.
No recuerdo un día,
que haya echado de menos un mensaje,
una llamada.
Adoraba estar sola.
Pero nunca le hables tan fuerte a la vida,
ella escucha,
se ríe,
y te enseña.
Y yo,
que había prometido siempre estar un paso adelante;
retrocedí de golpe;
cuando miraste y sonreíste.
Que yo te cerré la puerta,
pero tú trepaste por la ventana,
que en verdad traté de que tú fueras uno más,
pero cuando quise ahuyentarte con mi indiferencia,
y mis comentarios hirientes.
Tu ya te las sabías todas,
y con esa risa que tanto detesto
susurraste que mi estrategia:
no iba a funcionar.
"Ah, así que me estás desafiando"
-respondí-
pero la partida ya estaba ganada,
tú me la habías ganado.
Y perdí,
pero te gané.