He leído que lleva un período de 21 días,
acostumbrarse a algo.
Llevo 22 sin ti,
y duele como el día uno.
Cuando la vida me aburre,
escribo;
y te extraño.
Pero más te extraño,
y es una mierda.
Uno nunca sabe cuánto añora a alguien,
cuando es a él a quien quiere contarle cosas tan básicas
como que: no alcancé a desayunar,
mi jefe hoy me felicitó,
y los profesores este semestre están soportables.
Y él,
no está,
ya no.
Te echo de menos,
porque las cosas marchan tan bien,
en serio,
todo está tan en orden,
como si la vida por fin estuviera jugando a mi favor,
y es contigo con quien me gustaría compartirlo.
Te echo de menos
porque aún pienso que podemos funcionar,
ojalá tu pensaras lo mismo.
Pero no.
Lo siento,
es domingo
y pues,
te echo de menos.
22 días
y juro que tu voz aún retumba en mis oídos,
tu aroma se ha quedado impregnado en la habitación
y ese suéter que dejaste un día olvidado
ayer abrió la puerta de los recuerdos,
y estás aquí,
aún.
No quiero empezar a olvidarte porque
aún sigo queriendo que seas tú,
solo tú,
y tal vez un día despierte y ya no quiera eso,
pero hoy,
no es uno de ellos.
Y te echo de menos,
tantísimo.
¿Lo haces también?
Llámame y vamos por una cervezas,
o por una vida,
juntos,
da igual,
con las cervezas me conformo.