Siempre estuve acostumbrada a la velocidad,
marcha en 5,
120 km por hora,
el viento despeinando mi cabello.
Trabajo de diez horas,
clases,
libros por leer,
mil y un responsabilidades.
Vino los sábados,
amores de domingo,
compromisos familiares.
Todo muy deprisa,
todo.
Rutina inquebrantable,
horarios estrictos,
agendas,
post it por doquier.
Café,
mucho café.
Mi vida iba siempre rápido,
no tenía tiempo para un respiro,
para un día de descanso,
admirar el cielo azul,
estar enamorada de la vida,
de nuevo.
Y entonces apareces y te conviertes en mi punto de descanso,
en mi hombro para tomar una siesta,
en la noche de navidad,
cuando las luces se apagan y te sientas en el sofá a tomar chocolate caliente,
mi fogata en medio del invierno.
Todo va más despacio.
Entonces entiendo que para avanzar,
también se necesita descansar,
bajar la velocidad,
apreciar el paisaje.
Ahora eres tú a quien admiro en cada viaje.
Mi punto de partida,
mi kilómetro cero.