Era un martes de diciembre,
el cielo estaba gris,
y sabía que si no me apresuraba,
me pillaría la lluvia fuera de casa.
Entré a aquella cafetería
y te vi,
con aquel abrigo azul marino,
llevabas bufanda,
y tu mano sostenía un cigarrillo.
"Hay cosas que nunca cambian"
-pensé-
Al mirarme sonreíste,
y me invitaste a tomar asiento.
Los dos estábamos incómodos,
entonces decidí hacer la pregunta
por la que estábamos ahí,
viéndonos después de dos años.
Mañana te casas ¿nervioso?
Un poco,
es decir, no tengo idea de nada
pero no creo que algo pueda salir mal
-respondiste-
Entonces invadió un silencio sepulcral,
y todo mi mundo empezó a dar vueltas,
solo quería salir corriendo,
y me pareció una completa estupidez,
porque fui yo, la que nos citó aquella tarde.
Pero observándote, sintiéndote como un extraño
ya no entiendo ni el por qué de todo esto.
¿Por qué ella?
-se me escapó-
después de lo que parecía haber sido dos horas.
¿Por qué ella, o por qué no tú?
-respondiste-
hice una mueca haciéndote entender que no me apetecía responder aquella pregunta,
tú pareciste entender por lo que te apresuraste a decir:
"no lo sé, es fácil;
con ella todo parece caminar,
hablar del futuro,
tomar decisiones,
todo parece fácil,
como si hacerlo juntos fuera lo correcto"
Yo no supe qué decir,
y tenía unas inmensas ganas de llorar,
todo parecía innecesario,
pero necesitaba escucharlo,
para poder seguir,
necesitaba que me lo dijeras.
"Te quiero,
y creo que te voy a querer toda la vida;
fuiste ese amor que solo se siente una vez,
ese amor desgastante,
poderoso,
que te hace creer que eres capaz de todo;
pero lastimosamente no es así"
-me miraste como pidiéndome permiso para poder continuar-
y yo solo atiné a hacer un gesto con la cabeza
y seguiste.
"Sé que estás aquí por respuestas,
porque yo hace meses seguía cuestionándome todo,
¿cómo un amor tan grande puede un día acabar?
y no acaba,
pero deja de funcionar,
y eso es lo que nos pasó;
contigo yo siempre me sentí un espectador,
alguien ajeno a tu mundo,
yo miraba,
mientras tu volabas,
jamás me sentí parte de algo,
eras tú el centro de todo;
y con el tiempo entendí que eso no era suficiente,
al menos no para mí"
-soltaste esto de manera tan rápida,
que apenas tuve el valor de replicar nada-
Me empecé a marear,
y no le encontré sentido a estar un segundo más ahí;
te dije:
"te deseo una vida llena de felicidad"
cogí mis cosas y me fui corriendo.
Pude escuchar que gritaste mi nombre,
pero yo ya estaba en un taxi de camino a casa.
Al llegar al departamento se me antojaba el doble de grande,
y todo parecía lastimar un poco más,
y lo viví,
sentí el dolor como nunca antes,
me permití sentirme culpable,
y te culpé a ti también.
Y me dolió,
y me quedé sin aire de tanto llorar;
sabía que ese sería el último día en el que te dejaría entrar de esa manera.
Y entonces,
antes de dormir,
te dejé ir.
Al día siguiente
recibí un mensaje:
ya te habías casado.