Como aquel GPS dañado,
que haga lo que haga siempre me envía a casa,
a la tuya.
No importa los malabares que intente hacer,
las veces que he intentado convencer a mi cabeza,
que vacíe ese cuarto que arregló para ti,
y dejó intacto desde el día en que te marchaste.
Te sé de memoria,
no hace falta que nadie te nombre,
que suene alguna canción,
o algún atardecer en la playa,
nada es necesario;
siempre estás.
He peleado con mis demonios,
con uñas y dientes;
los he mandado al carajo,
cuando me susurraron al oído que no podría vivir sin ti,
les escupí en la cara.
Estoy empezando a creer que tienen razón.
Eres tú,
maldita sea.
Mi brújula,
mi norte,
tu dirección,
cuando alguien me pregunta a dónde voy.
Tú,
un millón de veces tú.
¿Qué le vamos hacer
si me quedé queriendo sola?
Ayer manejando,
recordé tu dirección e intenté ir hasta allá;
el poquito de amor propio que me ha quedado susurró: recalculando ruta,
y acabé en el bar de la esquina.
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