domingo, 20 de diciembre de 2020

2020.



Llega esta fecha,
y como todos los años hago una retrospectiva de estos 365 días,
y a diferencia de fechas pasadas,
estoy en paz.

Siento que por primera vez en mucho tiempo,
no hay cuentas pendientes,
capítulos inacabados,
he colocado punto final a todo,
y estoy lista para iniciar una historia nueva.

He aprendido tanto en este 2020,
que no puedo esperar para oportunidades nuevas,
ya sé cómo hacerlo esta vez.

En el futuro miraré al pasado y señalaré estos meses
como los que me dieron la oportunidad para conocerme,
para trazar mi camino,
para saber de lo que soy capaz,
y de lo alto que puedo llegar a volar.

Estoy tan orgullosa de mí,
y ahora he aprendido a decírmelo todos los días,
me he perdonado,
por fin.

A partir de ahora, sé lo que no estoy dispuesta a negociar.

Hoy he caminado a casa,
sola,
como siempre
he dejado los zapatos en la puerta 
y al entrar ha olido a hogar,
y he sonreído.

He agradecido a Dios,
por todas sus bendiciones,
él no se cansa de ser bueno conmigo,
he llorado como una pequeña
porque me sabe a milagro tener a todos los míos en la trinchera,
luchando.

Me he asomado por la ventana,
llueve,
y me ha parecido increíble,
el mundo se está limpiando,
y yo también.

Aún no puedo creer que haya tenido que pasar una pandemia,
para aprender a recoger las mil oportunidades que daba a personas que no lo merecían,
para darme una,
a mi.

He aprendido que hogar
es cualquier lugar en donde huele a café,
hay tres libros,
y suena música a todo volumen.

Hogar es donde a mi se me apetece bailar.

La vida me brindó doce meses para aprender a quererme,
a sanarme.
a saber que puedo sola,
pero que siempre va a ser mejor de a cinco.

En un año donde casi todos han perdido algo,
yo he ganado,
y he ganado mucho,
no tengo ni la menor idea de cómo empezar agradecer a Dios por eso.

No soy ejemplo de optimismo,
ni nada que se le parezca; 
este año ha sido duro para todos,
pero esta vez he decidido ver el rayito de sol
que se asoma en mi ventana,
en lugar de la tormenta que sacude toda la casa.

No voy a rememorar los días de miedo,
las noches en las que pasé llorando
arrodillada pidiendo otra oportunidad.

Voy a recordar todos los días después a eso,
todas las risas que vinieron con los reencuentros,
toda la paz y esperanza en una prueba negativa,
la arena metiéndose en mis pies después de siete meses 
de no estar en mi lugar favorito.

Recordaré el abrazo de papá después de cinco meses,
las lágrimas de mamá en un centro comercial después de 180 días,
recordaré el sabor a pipa helada,
el primer atardecer en la playa,
cada mensaje de: "yo sé que puedes, tu siempre puedes"

Recordaré a mi tía Margarita diciendo:
"aquí no se llora, aquí se lucha"
porque no dejé de llorar,
pero tampoco de luchar,
y siempre recordaré eso de este año.

Este año tuve a mi familia más cerca que nunca
e irónicamente nos hemos visto poco,
jamás he estado sola,
ni un sólo día,
Él me acuna,
me cuida,
y me mima.

Este 2020 no me ha hecho más valiente,
o más fuerte;
siempre lo he sido
pero hacía falta que por fin,
me lo creyera.

Y a pesar que estoy eternamente agradecida con este año,
creo que ya va siendo hora de que acabe.

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