domingo, 20 de marzo de 2022

La vida después de la tristeza.



Hoy, oficialmente son dos semanas en la que la psicóloga decidió
darme el alta,
y yo sigo caminando en puntillas,
con miedo de si hago mucho ruido,
algo se vuelva a romper.

Nadie habla de esto ¿verdad?
todos se preocupan cuando ocurre,
cuando las crisis son pan de cada día,
cuando no logras reconocerte,
cuando es un triunfo pararte de la cama cada amanecer.

Y ¿después?

Nadie te habla del miedo,
del terror de que vuelva a pasar,
de cómo confundes la felicidad,
con "no estar triste"
porque no es lo mismo,
no señor,
pero has tenido días tan oscuros,
que te conformas con que no llueva.

Me he descubierto pidiéndole a Dios,
que no vuelva a ocurrir,
respirando,
contando del 1 al 10,
hablar con mi cabeza,
pedirle paciencia.

A veces no menciono su nombre, 
porque pienso que si no hablo de ella,
no existe,
solo fue una mala pasada.

Ahora me descubro haciendo planes,
tomando decisiones,
en torno a ella,
preguntándome si verdaderamente estoy lista para seguir adelante,
y he tenido que llorar,
porque aún no puedo creer que esto me esté pasando a mi.

Y la burbuja en la que llevas viviendo varios años,
te explota en la cara,
y empiezas de cero,
con tu vida hecha un desastre.

Pero tienes que,
replantearte lo que haces,
empezar a velar por ti,
darle prioridad a otras cosas,
agradecer por tantas otras que dabas tanto tiempo por sentado.

A veces me pregunto si es posible que vuelva a ser la misma,
y he llegado a la conclusión que no,
y ¿por qué tiene que ser un problema?
ahora me preocupo mucho más por mí,
he sanado tantas heridas,
he soltado tantas personas,
me he pedido perdón tantas veces,
no puedo creer que a mis 26 años recién estoy descubriendo
como quererme,
como sanarme,
como perdonarme.

Llevar a cuestas una enfermedad mental
es como cargar con una sombra que te persigue todos los días,
y a veces sin que te des cuenta,
te abraza y se queda contigo.

Me da tanto miedo que vuelva abrazarme.

Pero no puedo ignorarla,
debo aprender a escucharla,
a prevenirla,
a saber qué hacer cuando vuelva a visitarme.

A entender que no es el fin de nada,
y que puede ser el comienzo de muchísimas cosas buenas,
de ser más consciente de la felicidad,
de todo lo que te rodea,
ser ese abrazo que yo alguna vez necesité para buscar ayuda.





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