Han sido ocho meses de subidas y bajadas,
de aprendizaje,
de no siempre hacerlo bien,
de olvidarme
y recordarme otra vez.
No ha sido fácil,
mi cabeza me sigue jugando malas pasadas,
a veces no duermo,
lloro un montón,
imagino los peores escenarios,
y solía tener miedo,
muchísimo.
Ya no.
Recuerdo que una vez me dijeron:
"la ansiedad viene a enseñarte muchas cosas"
y en una de esas crisis en las que pensaba que iba acabar conmigo;
pensé:
pero yo no quiero aprender un carajo.
La odio,
la maldigo,
y obvio,
no agradezco su llegada,
pero hoy,
ya no le tengo miedo.
Ya no.
Ya no me da miedo que un día llegue y se instale una temporada,
porque se que un día me voy a levantar de esa cama y lucharla,
porque se que puedo,
siempre puedo,
no me da miedo que las personas se vayan porque un día,
todo esto les quedó grande;
porque los que me dan la mano y me ayudan a respirar en medio de una crisis,
sé que serán las que se queden,
y esas personas son las que quiero que caminen conmigo en este viaje.
Mira,
ya no te tengo miedo,
puedes llegar,
nos tomamos un café,
y te explico por qué te detesto a veces,
y también lo mucho que me has enseñado estos meses,
de mí,
y de todos los que me rodean,
y eso,
sí que ha sido un viaje maravilloso,
me has hecho agradecida,
me has enseñado a vivir en el presente,
yo,
que siempre he vivido en el futuro,
me has enseñado a perdonar(me)
a respirar,
a saber que soy mucho más valiente de lo que pensaba.
Yo quiero ser grande,
gigante,
y ahora entiendo que para eso es necesario derrumbarse,
caerse,
equivocarse,
una y otra y otra vez,
hasta aprender hacerlo bien.
"No hay mejor maestro que el dolor"
-suele decir mi madre-
y hoy,
yo le creo.
Escribiré un libro que nació desde mi dolor,
desde mi incomprensión
y desde mi soledad,
porque eso es lo bonito del arte,
cuando la tormenta pase (porque pasará)
tendré pruebas de que sobreviví,
que lo logré,
que puedo,
porque yo siempre puedo.
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