Estaba rota,
lo estaba;
tenía mi corazón hecho pedazos,
y con miedo de cortarme y volver a sangrar,
los escondí debajo de la cama.
La soledad era mi mejor compañía,
me había convencido de que así era,
la puse bonita,
le invité un par de tragos,
y se quedó.
Entre tantos amores fugaces,
besos sin sabores,
abrazos sin sentido,
y siempre regresar sola a casa.
Pensé que el amor,
solo sería un mal recuerdo del pasado,
aquel que te deja infinitas lágrimas,
insomnio,
y esas putas ganas de beber cada día.
Y a mí en esos días se me antojaba andar sobria.
Qué equivocada estaba.
Si hay cosas que funcionan mejor cuando se rompen,
y alguien las repara,
como si ponerle piezas extras a algo que anteriormente se descompuso,
lo hace más fuerte,
más estable.
Como si reconstruirme desde las cenizas,
lograra crear una nueva versión de mí;
una mejor.
Porque hay cosas que aunque me duelan admitir,
porque van en contra de mis principios,
y mi idea de libertad,
se hacen mejor de a dos.
Y tú me enseñaste que eso es equipo suficiente,
para ir a la guerra,
y ganar.
Porque barriste mi habitación y sostuviste cada pieza en tu mano,
sin miedo a lastimarte,
las puliste,
les diste forma;
para que cada una volviera a ocupar su espacio,
les diste vida,
y a mí;
me la devolviste.