Es un cliché.
Pero en esta historia van a escuchar muchos de ellos.
Lo conocí,
en los días más grises de mi vida,
y aquel que dice
que en los bares uno no conoce
a las personas que de repente marcan tu camino.
Díganle que se ha equivocado.
Yo a él lo conocí
con varios tragos de vodka encima,
él,
olía a cerveza,
y a esa aroma que ahora reconozco
como casa.
Como es de costumbre,
empecé hablar de cosas sin sentido,
él dijo que esos lugares
no eran frecuentados por poetas.
¡Qué suerte, porque yo no soy escritora!
-mientras luchaba con mantenerme en pie-
A partir de ese día
cada viernes
eran un: ¿te apetece una cerveza?
¿Y a quién no se le apetece una cerveza?
o seis,
y con esa sonrisa,
yo encantada.
Paisajes,
sonrisas;
los días con él
eran una eterna película de amor.
De esas con finales felices.
Es como cuando escuchas una canción,
y te gusta mucho,
y la tarareas,
y la tarareas.
Y jamás te cansas.
Tú,
mi canción en la cabeza.
Es ese cómplice que ni siquiera sabías que necesitabas.
Pero desde él,
solo él.
Hasta sentarme a leer,
mientras él luchaba con sus videojuegos,
que sonara de fondo alguna canción de Michael Bublé.
Para mí era,
Navidad,
Año Nuevo
y Carnavales;
todo en uno,
solo con verlo llegar.
Mi festividad favorita.
Y sí,
tal vez no sea el amor de mi vida,
pero se le parece muchísimo.
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