Papá se había ido,
cuando tenía ocho años,
cuando tenía ocho años,
no tengo idea si aún sigue vivo,
mamá siguió;
se llenó de relaciones esporádicas,
cada año,
un nuevo padrastro,
algunos buenos,
otros no tanto.
Al crecer,
supe que no quería una vida así,
me esforcé
nada fue gratis,
encontré en los estudios,
en el trabajo,
mi lugar seguro,
mi vía de escape.
Los viernes,
mis días favoritos,
tres vasos de whisky,
y la noche era perfecta,
una sonrisa a una morena,
y sabía que esa noche no terminaría solo en mi cama.
Mi vida era buena,
viajes,
lujos,
hoteles caros,
un buen trabajo,
amigos buenos.
Mi vida era buena,
completa,
o eso pensaba.
Hasta que la vi,
con un vestido negro,
ceñido al cuerpo,
guapísima,
pensé que sería mi conquista de la noche,
no tenía idea con quién había tropezado ese viernes.
Cantaba y se reía,
no fue esa noche a ligar,
lo supe cuando le ofrecí una copa de vino
y no la aceptó,
más tarde cuando iniciamos conversación
me di cuenta que se sonrojaba y tapaba su rostro.
Dios, si era bellísima, y ella no tenía idea,
estaba hipnotizado,
era inteligente,
en media hora de charla,
había mencionado cinco autores
y un evento histórico,
era culta y decía un millón de malas palabras,
no le importaba lo que el resto pensara,
y eso me encantó.
Estaba hipnotizado con su forma de reír,
era la clase de chica por la que siempre huía,
sabía que era muy fácil quererla,
lo supe en una hora,
pero ella no creía en el amor,
la habían herido,
lo supe al ver sus ojos.
No quería, ni esperaba nada;
y eso sumaba puntos a su favor,
para querer llevarla a casa esa noche.
No aceptó,
pero dejó su número de celular en una servilleta.
No la llamé,
pero la encontré en ese mismo bar el viernes siguiente,
confieso haber ido con la idea de encontrarla,
ahí estaba,
y sonreí.
Ese día,
borrachos,
terminamos en mi casa,
ella puso música,
pidió pizza y anduvo descalza en la sala,
dijo en voz alta
-que jamás terminaría en mi cama-
entre risas le pregunté por qué;
porque me gusta cómo te ríes,
y eso es peligroso;
entonces bailamos,
y nos reímos,
mucho,
siempre nos reíamos un montón.
Entonces lo intentamos,
intentamos no querernos,
no compromisos,
no domingos viendo películas,
ningún desayuno,
ni citas formales,
risas y cama,
ese había sido nuestro acuerdo no estipulado,
y juro que alguna vez pensé que era suficiente.
Pero ponía su canción favorita,
me susurraba: "and he will be loved",
se servía una copa de vino,
y su olor inundaba la casa,
y solo podía pensar: que si no fuera un idiota,
me gustaría pedirle que se quede,
siempre.
Pero pasaron los días y los meses,
y sin darme cuenta había sido un año,
y cuando acurrucaba su cabeza en mi pecho,
me oprimía una horrible sensación,
porque no quería perderla,
pero no podía hacer que se quedara,
porque no tenía idea cómo hacerlo.
Entonces llegó,
ese día,
en el que mirándome a los ojos
me preguntó:
¿qué es esto?
y quise responder,
gritarle;
que no tenía puta idea qué era el amor,
pero que estaba segurísimo que llevaba su nombre;
entonces le dije,
le expliqué que no quería que se fuera,
pero que no podía ofrecerle más de lo que teníamos.
Qué cabrón,
porque no quería perderla.
En silencio,
empacó sus cosas y se fue.
Supe que no volvería.
Pero estaba,
estaba siempre,
en cada pensamiento,
en cada canción,
el trabajo era un infierno,
porque su nombre siempre aparecía,
la casa olía a ella,
y la extrañaba.
Era un cabrón,
pero me hacía falta,
Entonces,
a los sesenta días,
cansado de tanto ahogo,
decidí hacer, lo que mejor sabía,
repartir mi amor a cualquier dama que encontraba,
y les sonreía,
y las besaba,
y cuando cerraba los ojos,
aparecía ella,
siempre.
No podía.
no podía terminar en la cama con ninguna de ellas,
cuando abría los ojos ninguna me miraba como ella.
A los ochenta días,
fui a nuestro bar,
super que la habían ascendido en el trabajo,
ella no iba a perderse de una buena borrachera aquel viernes,
de eso estaba seguro.
Había llegado temprano,
así que empecé a hacer lo mío,
terminé tomando par de copas con una rubia preciosa,
hasta que la escuché,
la oí reír,
y todo olía a ella,
había entrado,
lo sabía,
sin necesidad de ni siquiera verla.
Entonces la vi,
pintada los labios de rojo,
con un vestido negro como siempre,
esta vez llevaba el pelo recogido,
y pude ver su cuello,
y me entro un escalofrío,
me había visto,
se quedó helada,
lo sabía,
me quería,
aún.
Había sido un cabrón.
Entonces la miré y la saludé con la cabeza,
estaba nervioso,
le escribí en una servilleta:
"felicidades" y se la envíe con un camarero,
ella apenas la vio.
Para no hacer ninguna estupidez,
seguía observando a la rubia que tenía enfrente,
entonces dieron las doce y no pude contenerme.
Pedí que pusieran "she will be loved" en aquel bar,
y sonreí porque la conocía tan bien,
empezó a cantar y a bailar y a reír,
y era tan hermosa,
tan ella,
entonces pedí el micrófono y se la cante,
porque ella iba a ser amada,
por mi,
todos los días-
Apresuré a sacarla de aquel bar,
para que entrara en mi vida de una vez por todas,
se lo dije:
"quiero esto,
lo quiero,
sea lo que sea,
lo quiero,
te quiero,
y nos quiero juntos"
y ella sonrío,
y me dio el beso más tierno y más lleno de amor
que me han dado jamás.
Y así empezó todo.
Hoy la descubrí escribiendo una cursilería hablando de nosotros dos,
y yo no pude quedarme atrás,
me quiere,
y me quiere bien,
pero la quiero,
y amo la forma en la que me hace quererla,
solo a ella,
por siempre.