jueves, 2 de marzo de 2017

365 días.


Han sido tres años,
donde te has ido,
donde yo me he marchado;
donde ninguno de los dos
ha sabido cómo quedarse.

Hemos sido fugaces,
no por falta de cariño,
ni de ganas;
sino por abundante miedo.

¿Cómo lo puedes dejar marchar,
si lo quieres tanto? -me decían-
volverá -respondía-
mientras me tragaba una de mis lágrimas
y rogaba que así fuera.

Y regresabas,
siempre lo hacías;
aunque tus estadías cada vez eran más cortas,
menos besos,
menos "te quieros"
menos de ti.

Pero a pesar de todo,
yo no te quería menos,
ni un poco,
ni en ese Diciembre
cuando decidí que no podíamos seguir así,
que yo no podía seguir queriéndote de esa manera,
fui yo la que se marchó,
y tú no tuviste intención alguna de detenerme.

Entonces supe que había hecho lo correcto,
"esto no ha acabado"
solía pensar,
mientras me convencía de no buscarte.

Un año,
un año nos tardamos
para darnos cuenta de la estupidez que estábamos cometiendo,
en mi caso,
no era porque no funcionara con nadie más,
sino porque al final del día,
yo solo quería que acabara contigo.

365 días sin ti,
no recuerdo muy bien como sobreviví,
pero lo hice;
uno siempre termina acostumbrándose,
pero aparecías,
siempre lo hacías;
como esos recuerdos que parecen escabullirse a mitad de la noche,
sin que nadie se de cuenta;
para no tener la oportunidad de ahuyentarlos.

Te envolvías
y te descubría en una canción de Ed Sheeran,
o en alguna final de la Champions,
o en algún capítulo de How I met your mother,
o en algún atardecer en la playa,
o en aquellos domingos de sofá y películas;
y así,
sin que pudiera detenerlo,
estabas.

Un año después,
apareciste en mi lugar favorito,
luciendo esa chaqueta negra,
que tanto me fascina,
estabas ahí,
y yo no podía creerlo.

Mi corazón aún brincaba al verte.

Reconocí tu sonrisa al mirarme,
tus nervios absurdos cuando intentaste agarrar mi mano,
y yo solo sonreí.

Ahora viéndote de reojo,
mientras finjo hacer deberes,
te observo cocinar,
y me entran unas ganas terribles de jactarme
que siempre tengo la razón
y que esta vez,
que suerte que no me equivoqué;
"mira que sí eras para mí"
-te digo-
mientras me estiro para besarte.

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