domingo, 5 de noviembre de 2017

No me acostumbro a ti.


Ya es mucho tiempo despertando con esa misma sonrisa,
agarrando esas mismas manos,
escuchando tu voz,
aguantando tus manías,
sorprendiéndome cada día,
de esa forma tan peculiar de pensar.

Tienes como mil personalidades,
cada una de ellas,
no se cansa de ser perfecta.

Resulta tan extraño,
que aún siga descubriendo cosas tuyas,
hace unas semanas me enteré que sabías cantar,
que de niño tocabas la guitarra,
que no duermes con almohadas,
y que sueles tener pesadillas muy extrañas.

Y no me acostumbro a ti.

Cuando estoy a punto de entenderte,
de descifrar todos tus secretos,
tú de repente me cambias la jugada,
y a veces no sé si gano o pierdo,
pero entonces te veo a lado mío,
con esa cara de niño travieso,
y nada parece estar mal.

Magia.

Y no me acostumbro a ti.

Imposible hacerlo,
si a mí esto del amor
siempre se me ha dado fatal,
sí he dicho amor,
creo que ninguna palabra cabe de manera más perfecta,
a esa manía tuya
de querer cuidarme incluso cuando estoy a salvo.

Después de tantos errores de una noche,
o de dos,
o de tres,
al final,
nadie se quedaba al amanecer;
imagínate lo que se siente que seas lo primero de ver al despertar.

Cómo acostumbrarme a los lunes de lasaña,
a los viernes de teatro,
a los domingos de sofá y películas;
cómo tenerte a mi lado,
sin pensar que ha sido producto de una broma,
o de algún pacto con el diablo.

Es que la soledad había sido una compañía incondicional,
durante ya varios años,
yo pensaba que ella era todo lo que necesitaba,
pero apareciste tú.

No me acostumbro a la suerte que supone tenerte conmigo,
a que de ahora en adelante
te cargue a ti
como mi trébol de cuatro hojas,
entiéndeme,
no me acostumbro a ser tan feliz.

Cuando el mundo se me antoja un tanto oscuro,
estás tú,
inventándote colores,
alumbrando todos esos rinconcitos que creía olvidados.

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