jueves, 5 de julio de 2018

Isabel.


De prisa, siempre iba con prisa; botando todo aquello que iba en su bolso, nunca encontraba las llaves a tiempo, su celular siempre estaba a punto de caerse, jamás se peinaba, y aunque nunca ve nada; se niega a usar lentes.

No sabe estacionarse, tiene una expresión diferente para cada situación, insulta como camionero, y se ríe como infante de prescolar.

Una niña de diez, con cabeza de una señora de cincuenta, en el cuerpo de una señorita de veinte; me decía.

Isabel.

No puedo decir que era bonita, porque no lo era; fea tampoco, pero eso era lo de menos; su físico siempre fue un tema que pase de largo; eran diez minutos de conversación para pensar que a una mujer así, no podías dejarla ir, era de esas que no volvía, y encontrar a una igual ¡qué difícil!

Que va, a la mierda su belleza.

No le crean nada de lo que dice; se las da de muy valiente, de muy fuerte; pero llora con todas las películas de amor.

Tampoco era muy brillante, ni era de esas que sabía coquetear, ni aquellas a las que obedecías de inmediato, porque qué miedo no hacerlo, y entonces ¿qué tenía de especial?

A los dos minutos de conocerla, ella volteó a mirar algo, aún no sé que fue, me regresó a ver, acomodó su cabello (como siempre suele hacer), tapó su boca, y empezó a reír, de esas risas que parecen intro de una canción digna de Grammy.

Después de unas noches más, en el mismo bar, con la misma copa de vino; me atreví a preguntarle que por qué cubría su sonrisa, ella agachó su mirada (siempre lo hace cuando la respuesta que viene a continuación no parece enorgullecerla) "es que no es bonita"-respondió.

Tan tonta, no tenía idea que siempre la citaba, solo para escucharla reír, para ver como arrugaba la nariz, y decía un comentario sarcástico.

Una vez me preguntó si existía algo en el mundo que yo no conociera; burlándose de esa manía mía de siempre tener algo que decir; "que yo no sabía como quererla"-le respondí- "ah, pero eso es muy fácil"-me replicó.

Ella no entendía que no hay forma correcta para quererla, que hay cosas que no son dignas de este mundo, y su felicidad era una de ellas.

Cómo explicarle que yo, un hombre que siempre ha pensado que lo podía todo, que no había cosa que no mereciera, le parezca injusto que una mujer así, sea capaz de quererlo.

Nunca entendió el poder que ocasionaba en mí, no la culpo; trabajé mucho para que no lo descubriera.

Es de esas de las cuales puedes enamorarte al segundo día, y ella ni enterada; sigue leyendo, sigue escribiendo, sigue bailando.

Así es ella.

Que te diré, que se cansó de mi, y de mi manía de jamás estar, no la culpo ¿cómo hacerlo?

Que más decir.

Que tenía miedo, y no hay forma más cobarde de querer; que hacerlo con temor, y por eso me fui.

Que no era bonita, y eso es lo peor de todo; porque eso sería una buena excusa para esperarla siempre; pero no lo era, y aún así; yo seguía al borde de la escalera, que nos dirigía a la misma mesa, del mismo bar, capaz de pedir el mismo vino, por si algún día, se le antojaba regresar.

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