domingo, 19 de enero de 2020

Una historia con un final feliz.


Creo que siempre escribo de cosas tristes,
que leo historias nostálgicas,
que las películas que me hacen llorar,
son mis favoritas

Amores vanos,
despedidas imprevistas
de aquel 2014 que me tuvo de rodillas
360 días consecutivos.

Siempre escribo historias que me dejaron
completamente rota,
de personas que no tuvieron el valor de decirme adiós,
de caídas que me dejaron 101 cicatrices.

Pero ya va siendo hora.

Hora de contar sobre los días de sol,
en los que me río hasta que me duele el estómago,
de cuando me veo al espejo,
y me siento preciosa.

De cuando mamá acaricia mi cabello,
y todo parece estar mejor,
de cuando compré mi poemario número 30,
y agradecí a la vida
de haberme puesto en frente a mi gran amor.

De que las cosas parecen tener sentido de nuevo,
que aunque aún no pueda creer que me esté haciendo adulta,
la vida de vez en vez me permite sentirme una niña.

Escribir acerca de la forma en la que me mira,
de la manera en la que ríe,
que cuando él despierta,
siento que mi mundo se enciende con él.

Escribir de él.

Y eso sí que me llevaría unos tres libros.

Que él no vino a salvarme,
pero sí a contemplar cómo yo solita me levanto.

Escribir de él.

Toda una vida.

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