La niña de las 101 alarmas,
una agenda,
tres esferos,
post it por doquier.
Trabajo a medio tiempo,
universidad,
clases de francés los sábados.
Coleccionadora de poemarios,
amante al vino,
y a las películas clásicas.
Una controladora.
Él,
el fumador compulsivo,
el músico frustrado,
el guitarrista de los bares.
El de mirada penetrante,
el de sonrisa encantadora,
el de las malas palabras,
y gestos bruscos.
Él,
el de las chaquetas oscuras,
el de la mirada perdida,
y sin planes a futuro.
Varias veces se había preguntado,
qué era lo que hacía con su vida,
a dónde iba a parar,
si sus noches de viernes seguían durando siete días.
Tenía miedo.
Necesitaba un rumbo.
Y entonces lo encontró,
lo halló en una niña de lentes,
metro setenta,
y sonrisa tímida.
Lo encontró en su poesía,
y su forma de cantar,
en la manera que hablaba de los libros,
de la música y
de historia.
Ella necesitaba que la alocaran un poco,
algo de velocidad,
algo que la hiciera apagar sus alarmas,
y fugarse un día de clases,
y él,
que lo calmaran,
necesitaba un día de vacaciones,
en la playa,
sonando Carlos Sadness.
En fin,
se necesitaban,
y se necesitarían toda la vida.
una agenda,
tres esferos,
post it por doquier.
Trabajo a medio tiempo,
universidad,
clases de francés los sábados.
Coleccionadora de poemarios,
amante al vino,
y a las películas clásicas.
Una controladora.
Él,
el fumador compulsivo,
el músico frustrado,
el guitarrista de los bares.
El de mirada penetrante,
el de sonrisa encantadora,
el de las malas palabras,
y gestos bruscos.
Él,
el de las chaquetas oscuras,
el de la mirada perdida,
y sin planes a futuro.
Varias veces se había preguntado,
qué era lo que hacía con su vida,
a dónde iba a parar,
si sus noches de viernes seguían durando siete días.
Tenía miedo.
Necesitaba un rumbo.
Y entonces lo encontró,
lo halló en una niña de lentes,
metro setenta,
y sonrisa tímida.
Lo encontró en su poesía,
y su forma de cantar,
en la manera que hablaba de los libros,
de la música y
de historia.
Ella necesitaba que la alocaran un poco,
algo de velocidad,
algo que la hiciera apagar sus alarmas,
y fugarse un día de clases,
y él,
que lo calmaran,
necesitaba un día de vacaciones,
en la playa,
sonando Carlos Sadness.
En fin,
se necesitaban,
y se necesitarían toda la vida.
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