lunes, 9 de marzo de 2020

Ella y él.

La niña de las 101 alarmas,
una agenda,
tres esferos,
post it por doquier.

Trabajo a medio tiempo,
universidad,
clases de francés los sábados.

Coleccionadora de poemarios,
amante al vino,
y a las películas clásicas.

Una controladora.

Él,
el fumador compulsivo,
el músico frustrado,
el guitarrista de los bares.

El de mirada penetrante,
el de sonrisa encantadora,
el de las malas palabras,
y gestos bruscos.

Él,
el de las chaquetas oscuras,
el de la mirada perdida,
y sin planes a futuro.

Varias veces se había preguntado,
qué era lo que hacía con su vida,
a dónde iba a parar,
si sus noches de viernes seguían durando siete días.

Tenía miedo.

Necesitaba un rumbo.

Y entonces lo encontró,
lo halló en una niña de lentes,
metro setenta,
y sonrisa tímida.

Lo encontró en su poesía,
y su forma de cantar,
en la manera que hablaba de los libros,
de la música y
de historia.

Ella necesitaba que la alocaran un poco,
algo de velocidad,
algo que la hiciera apagar sus alarmas,
y fugarse un día de clases,
y él,
que lo calmaran,
necesitaba un día de vacaciones,
en la playa,
sonando Carlos Sadness.

En fin,
se necesitaban,
y se necesitarían toda la vida.

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