Hoy oré,
pareció tan natural,
como si nunca lo hubiera dejado de hacer.
Oré como cuando tenía diez años,
de rodillas y con el corazón en la mano.
El sábado me enojé mucho
mucho con Dios,
le hice un poema del que mamá estaría horrorizada.
Le dije de todo,
tenía mucha rabia,
y mi cabeza era un nido,
e hice lo de siempre,
escribir.
Le escribí,
le exigía respuestas,
y lloré,
mucho,
de miedo,
de enojo,
lo maldije,
una y otra vez.
Hoy se que me perdona.
No soy buena escribiendo,
y mucho menos de esto.
Mi relación con Dios ha sufrido algunos destrozos,
ha tenido buenos momentos,
y otros no tanto.
Se quebró hace algunos años,
y a veces me esfuerzo tanto por recomponerla,
por recomponerme.
A veces tengo esa sensación de alejarme por completo,
de no buscarlo más,
de desechar mi Biblia,
de buscar respuestas en otro lado.
Pero siempre vuelvo a Él,
de alguna u otra forma,
se me hace imposible no pensar en Él
en cualquier momento del día.
Cuando hay luna llena,
cuando llueve,
cuando hace sol,
cuando hay un arcoíris apareciendo entre las montañas.
Pienso en Él.
Mi cabeza sigue dando vueltas,
pero ha sido Él,
el que me ha puesto en camino,
como siempre,
con una serie que nunca pretendí ver,
y me empezó hablar de su palabra,
cuando al poner música en modo aleatorio,
me sorprendí adorándolo.
Después de cuatro días de llorar sin parar,
he encontrado paz,
alivio en el corazón,
he orado,
y he pedido una y otra vez lo que quería que Él me regalara
más que nada en el mundo.
Al final,
antes de ponerme en pie le susurré:
"que se haga tu voluntad,
pero por favor,
por favor,
ayúdame aceptarla"
Y creo que Él,
me sonrió;
un poquito.
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