Se lo dije hace una semana,
ella me miró como si dijera algo obvio.
ella me miró como si dijera algo obvio.
y se lo repetí: mamá, realmente quiero ser escritora.
Y no se asustó, me dijo: pues ya era hora.
No voy a tirar todo por la borda,
lo sé,
llámenme cobarde,
insegura,
lo que sea,
yo diré que soy sensata.
No voy a desperdiciar un título universitario,
un trabajo estable,
y una vida aparentemente muy tranquila,
pero es que no soy feliz,
no lo voy a ser hasta que me lance a ser lo que soy,
y yo quiero ser escritora.
Lo he decidido,
he puesto fecha en mi calendario,
y estoy lista,
he reservado un boleto de avión,
y he hecho una lista con todo lo pendiente,
porque yo necesito planes,
y he respetado eso.
Lo voy hacer,
y me da un miedo terrible,
pero también la seguridad que es la única certeza que tengo,
es mi verdad,
de las pocas que tengo.
Jamás me he sentido tan segura de algo,
ni de mi misma
como de lo que quiero hacer,
y ser,
y ya no soy ella,
ya no soy la que pasa nueve horas en la oficina,
llena de papeles,
haciendo pagos,
atendiendo llamadas,
está bien,
pero no soy ella.
Y tal vez me equivoque,
tal vez vuele al otro lado del mundo
para regresar donde mamá a decirle:
la he cagado,
pero merezco ese privilegio,
necesito intentarlo,
saberlo,
saber si lo soy.
Mamá, quiero ser escritora.
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