No se desde cuando estar colgada en tus precipicios se volvió como una adicción para mí,
esa manía de ponerme como una imbécil dispuesta a que le dispararas directo al pecho,
sin posibilidad de sobrevivir.
Ojalá fueran verdad todas esas palabras que me regalaste,
todas esas veces que endulzaste lo amargo de mi sonrisa.
Ojalá pudiera quitarme de la cabeza esa risa tuya que no pudiste contener
cuando yo intentaba mantener el equilibrio después de varios shots de tequila,
ojalá pudiera olvidar esta resaca que me ha dejado tu partida
y que algunos días aún me tiene mareada.
Que tengo guardada en una cajita el ticket del cine de esa película que no vimos un carajo,
el poema que te escribí en una servilleta mientras tú pagabas la cuenta en nuestra primera cita,
el libro que te obligue a leer,
y el atardecer en la playa que nunca vimos.
No sé, hicimos tantos planes; bueno hice;
que ahora solo puedo pensar en lo estupida que fui
por pensar que merecías todas esas excusas para poder abrazarte una vez más.
Creí que todo este cariño podría con todo,
limpiar el desastre que era tu corazón
y sanarte todas las heridas con unos cuantos besos de más;
pero ahora que te veo a los ojos, me doy cuenta que mis peores enemigos no eran mi orgullo,
mis muros o tu maldito pasado,
que yo no puedo salvarte porque a ti no te da la puta gana de salir de esos vicios que te remontan a años pasados,
que eres tú mismo el que se dispara y se niega a tirar el arma.
Que tus veintitantos años no te han enseñado un carajo de cómo vivir,
sino de cómo hacer daño al resto para que no te lastimen a ti;
y como víctima has elegido a alguien que lo único que quería era dedicarte un par de versos
¡qué estupida!
Solía pensar que sin ti yo perdería el rumbo,
que si te demostraba que alguien te quería tú podrías aprender a vivir,
que te podría enseñar que el amor de los libros, de las películas, sí que existe solo si le das una oportunidad, una sola.
No te pedí que no huyeras,
porque supe que de todas formas lo harías,
así que salí de mis escombros para verte partir,
y borrar todas esas pisadas,
para que no haya ni una pizca de esperanza de que recuerdes el camino a mis brazos
Ahora soy yo la que apaga las luces, cierro las puertas y ventanas, mantengo la cabeza alta
y salgo a bailar con la esperanza de borrar tus recuerdos en una noche de borrachera.
Y me voy, pero esta vez cariño hazme un último favor; no me pidas que vuelva.
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