lunes, 11 de diciembre de 2017

Perfecta.


Es bonita,
muy bonita; 
aunque ella siempre lo niegue.

Ama el olor a café,
le encanta que la cocina esté inundada de ese aroma.

Es de esas personas que está dispuesta a cualquier plan,
aunque muera por quedarse en su cama leyendo poesía.

Sólo hace falta un: "te necesito"
para que ella esté bajo tu casa en máximo veinte minutos.

Da más de lo que recibe,
siempre.

Es muy puntual,
demasiado,
siempre termina irritada;
no aprende.

Terca,
como la peor de las mulas,
dice su mamá.

Nunca escucha a nadie,
jamás,
siempre es dueña de sus propias decisiones.

Libertad,
le llama.

Necia,
eso es.

Tiene una sonrisa preciosa,
no sé como lo hace,
ríe como si su vida dependiera de ello,
como si le pagaran por eso,
y qué bien le sale.

Es diferente,
se lo digo siempre.

"Todos lo somos"
responde,
mientras revolotea los ojos.

Baila,
canta,
ella es lo más parecido a la magia,
que he encontrado en el mundo.

"Es porque no conoces el arte"
me dice.

Tan inútil
para recibir elogios.

Tan ella,
tan solo ella.

Disfruta de la cerveza,
y tiene esa manía de quitarle las etiquetas
cuando va nerviosa,
se muerde el labio inferior,
y siempre dice estupideces
en los lugares menos apropiados.

Torpe,
dice ella.

Dice que cree en el amor,
cuando le preguntan por su inclinación religiosa.

Amante de los tatuajes
y de la velocidad,
un desastre al volante,
siempre está a punto de chocarse.

No la entiendo jamás.

Dice quererme,
pero no se queda nunca;
cuando le pregunto la razón.

Responde que ella jamás se va,
aunque parezca,
"estoy aquí, ¿no es cierto?"
me dice
con esa carita de no saber nunca de qué hablo.

Mierda,
es tan jodidamente perfecta.

Y la odio por eso,
la odio con cada partecita de mi ser,
de lo único que me ha quedado,
ahora,
todo parece ser de su pertenencia.

Díganle que la espero,
tengo cervezas en la heladera.


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