Tenía doce años,
lo recuerdo,
llevaba un short blanco,
hacía calor,
¿qué esperaban que usara?
Los primeros comentarios obscenos en la calle,
mamá me dijo que no prestara atención,
que no valía la pena,
que tocaba acostumbrarme.
Acostumbrarme,
exacto,
como si escuchar cosas desagradables deberían ser parte de mi rutina.
Tenía quince,
llevaba el uniforme del colegio,
falda por debajo de la rodilla,
blusa larga y corbata;
reía con mis amigas,
pero a un chico le pareció graciosísimo
tocarme las nalgas mientras salía corriendo
con aires de superioridad.
No, no llevaba ropa corta,
no hacía gestos sensuales,
pero sin embargo alguien se le dio por pensar
que yo no tenía decisión alguna en quién podía o no tocarme.
A los dieciséis tuve que sacar a mi hermano menor de una pelea,
porque un grupo de hombres adultos habían dicho:
"que estaba tan buena que me comerían entera",
"tranquilo Paúl, no pasa nada; vamos a la casa"
"esto siempre pasa"
Claro que para él era extraño,
él nunca va a entender lo que para nosotras significa salir a la calle.
Tenía dieciocho años,
y cometí el "error" de usar falda en la Universidad,
un profesor me dijo que le incitaba a pecar,
yo solo pude sentarme,
mientras todos reían.
Es que claro, fue mi culpa;
cómo iba a ponerme falda si en donde yo estudio
hace tanto frío.
Obvio,
si yo cuando elijo mi vestuario,
siempre pienso a quien voy a llamar la atención,
y que me encantaría recibir palabras de ese tipo.
Que si no me gustan sus "piropos"
entonces debo aprender a vestirme como monja.
Lo siento,
mi error.
Que si estoy solo con mis amigas en una discoteca,
automáticamente se piensa que estoy buscando a alguien,
¿segura que no quieres a nadie?
¿y quién te va a invitar a lo que quieras?
¿segura que no tienes novio?
si, si; ya mismo viene, y se va a enojar si me ve hablando contigo.
Porque hasta de mi situación sentimental me ha tocado mentir,
porque sí,
mi culpa
¿cómo no voy a salir de noche con algún hombre?
A los veinte,
regresaba de la Universidad,
bajé de mi colectivo,
y en la otra vereda se encontraban tres hombres completamente ebrios,
uno de ellos,
quería cruzarse a donde yo estaba,
por su condición,
se cayó,
y yo oré a Dios por eso,
salí corriendo.
Ahora,
en cada Fiesta de Quito o feriados,
por mi horario nocturno,
prefiero no ir a mis últimas horas de clase,
o coger un taxi.
Y eso es otro problema,
porque debemos llamar a una cooperativa,
o pedir a una amiga que anote las placas del carro,
y con el típico: por favor, me avisas cuando llegues.
¿Hasta cuándo?
Por favor, hasta cuándo.
Al igual que muchas estoy HARTA de tener miedo,
de simular que están mis padres esperándome en casa,
porque si alguien se entera que paso sola,
otro drama,
de no poder ir a un bar tranquila con mis amigas,
que si una sale,
todas tenemos que ir tras ella,
porque luego nosotras somos las malas,
que por qué no nos cuidamos,
que por qué no andamos en grupos numerosos.
Lo cuento porque puedo,
porque nadie ha apagado mi voz,
porque no quiero "acostumbrarme"
porque deseo,
anhelo,
dejar de preocuparme si mi hermana no contesta el teléfono,
si mamá se queda sola en casa,
si se me hizo tarde, y me alcanzó la noche.
Lo cuento porque quiero que esto acabe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario