Alarma a las seis de la mañana,
mensaje de mi jefe,
mucho trabajo.
Cocinar,
pagar deudas,
la tesis,
trabajo
y más trabajo.
Insomnio,
cervezas en la nevera,
cama sola,
noches eternas.
Había creído que siempre iba a necesitar un hombro
que me sostuviera,
alguien que cargara conmigo el mundo
que parecía aplastarme.
Creía que los poemas tenían más sentido
cuando escribía acerca de alguien,
de encuentros fortuitos,
o de aquella vez que solo necesitamos una guitarra
para hacer de mi sala,
todo un concierto.
Creí que siempre es mejor de a dos.
Ahora me encuentro en una casa en donde mi única compañía
es aquella canción que dejaste sonando
la última vez que volviste,
tu carta sin acabar,
y tu olor por el armario.
Tus 101 poemarios,
tu reloj dañado,
y el olor a cigarrillo,
Hoy me ha dado ganas de gritar,
de no pararme de la cama,
y he pensado en ti,
como siempre.
Tu número sigue en marcador rápido,
mi llamada de emergencia,
mi túnel de salida.
Sé que puedo sola,
lo sé,
pero te quiero,
aquí,
conmigo.
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