Tu número en marcador rápido,
en miles de notas,
en la hoja al final de mi libro favorito,
rayado a lado de nuestro poema,
con un corazón al inicio.
Cuando te fuiste,
y en serio lo hiciste,
intenté borrar todo aquello que podía atarme a ti.
Lo conseguí,
fotos,
poemarios,
cartas,
aquella camisa azul que te dejaste un día en casa,
aquel encendedor que creíste perder en mi cumpleaños 23.
Todo,
se fue.
Excepto tu número,
aquel terminado en dos.
No pude.
Lo intenté.
En serio.
Pero es que me aterraba la idea de perderte del todo,
de que un día,
el mundo se me cayera a pedazos,
y al tocar tu puerta,
no seas tú,
el que me abra.
Suena egoísta,
pero es que no imagino la vida sin ti.
Que un día te vayas,
y no pueda seguir tu camino.
A veces siento que siempre voy a necesitarte,
y que cargues conmigo el mundo
que últimamente se me antoja tan pesado.
Y lo siento,
en serio lo siento,
si aquel viernes en el que te llevaste todo
pensabas nunca más volver.
Y entendería que así fuera.
Pero si después de cinco años,
te llamara
y te dijera que he encontrado al amor de mi vida,
que he dejado el café
y que he comprado el poemario número 100 de mi colección
¿contestarías?
¿te alegrarías por mi?
porque yo lo haría,
sin duda.
Quiero verte siempre feliz.
Y si fuera conmigo,
te juro que no me molestaría.
Eres mi llamada de emergencia,
lo fuiste desde el primer día que cruzaste mi puerta tocando la guitarra,
y lo sigues siendo ahora,
ahora que llevo dos años sin saber de ti.
Aún quiero que un día cualquiera
puedas recordar mi número,
y sin necesidad de ninguna introducción
respondas:
eres tú,
siempre has sido tú.
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