Empezamos siendo unos niños apenas,
no teníamos idea qué era el amor,
no teníamos idea qué era el amor,
pero apostábamos que aquello que nos hacía brincar,
y reír,
y soñar,
era amor,
no podía ser otra cosa.
Con la ingenuidad que caracteriza a alguien de dieciséis años;
nos encontramos:
en la piel,
en la manera de mirarnos,
en la forma en la que nos besamos.
Y crecimos juntos,
y llegué a pensar que solo era yo,
contigo a lado.
Entonces los años pasaron,
y con eso se fue la magia,
y la reemplazó la rutina,
los celos y las inseguridades.
Nos hicimos mucho daño,
en esto de ir y venir,
de durar un par de semanas juntos,
y muchos meses separados,
siempre volvíamos,
y llegué a pensar que aunque era difícil
siempre ibas a ser tú,
porque de alguna forma,
no funcionaba con nadie más.
¿Qué nos pasó?
si nos queríamos,
nos queríamos bien,
pero estirarlo tanto,
insistir,
siempre
hizo que se rompiera.
Y nos costó tanto entenderlo.
Pensé que de alguna forma,
a pesar de todo,
te iba a querer toda la vida,
pero no.
Me hiciste más mal que bien,
quedarnos por costumbre,
por miedo,
por dolor,
me rompió de mil formas,
y era mi deber reconstruirme,
no podía hacerlo contigo a lado.
En los últimos años fui mi peor versión,
y te herí,
y te dañé,
y no puedo perdonarme por eso,
porque te amé,
te amé con todo el alma.
Entonces entendí
que el amor nunca será suficiente.
Que tal vez sí tuvimos un amor increíble,
pero lo destruimos,
y de eso no se vuelve.
Que ni tu,
ni yo,
somos malas personas,
pero juntos nos hacemos mucho daño,
explotamos todo por los aires.
Y yo si quiero sobrevivir.
Que te deseo lo mejor
pero muy,
muy lejos de aquí,
de mi.
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