domingo, 19 de diciembre de 2021

Un amor de esos buenos.



Estaba rota,
tan rota,
que cualquiera podía oír crujir mis pedazos en el suelo.

Estaba perdida,
tanto,
había dejado de ser yo,
para transformarme en una persona que nunca logré reconocer.

Viví mucho tiempo en modo automático.

Me alejé de todos,
no podía ni lidiar con mi presencia,
era muy dura,
muy dura conmigo misma,
y en una conversación entre lágrimas mamá agarró mis manos
y mirándome a los ojos me preguntó:
¿Qué ocurre?
-no lo sé-
atiné a responder.

No lo sabía,
un día de octubre de repente todo explotó
y mis piezas volaron por los aires, 
empecé a poner "de parte" como me dijeron,
a "esforzarme más":
citas con la psicóloga una vez por semana,
ejercicios de auto conocimiento,
un millón de podcasts 
libros de salud mental.

Me estaba esforzando.

¿Por qué sentía que no lograba avanzar?

Y entonces como respuesta a todas mis preguntas.

Apareciste tú.

Vale decir que cuando empezó ni siquiera yo supe que algo comenzaba,
tú lo supiste mucho antes que yo,
-como siempre-
y te colaste de a poquito en mi vida,
en una tarde por un café,
en algunos jueves de:
"ven, necesito ayuda con el trabajo,
siempre tienes buenas ideas"
en los sábados de vino y risas;
y pensé sería fácil,
muy fácil,
enamorarme de ti.

Pero yo,
ya no era yo.

No podía obligarte a que te quedaras limpiando un desastre que tú no habías ocasionado.

Entonces corrí,
en dirección opuesta,
ignorando tus llamadas,
llegando tarde a nuestras citas,
en no estar,
siempre con un "pero" en la boca.

Entonces me plantaste cara,
exigiste una explicación,
que la verdad yo no tenía ganas de dar,
pero ese fue el primer día en que lo ví,
en la forma en la que me mirabas.

Me querías.

Y odiaba que lo hicieras porque a mi se me había olvidado cómo hacerlo.

Entonces te lo dije,
te conté con pelos y señales,
cada crisis,
cada temblor en las manos,
la sensación de no pertenecer,
de no saber quién era.

"Tú te estás enamorando de alguien que no existe"
-te dije-

"¿Y si la buscamos juntos?"
-preguntaste-

Y no se por qué pero en ese momento,
lo creí posible.

Que iba a poder reconstruirme.

Entendí que el amor no siempre se da por la cercanía,
lo sentí cuando decidiste darme mi espacio,
cuando me dejaste llorar lutos que no entendías,
pero respetaste y cuidaste porque a mí me dolían.

Tu amor me enseñó a dejar siempre la puerta abierta,
con la certeza de que no vas a necesitar marcharte para entender
que aquí también puede ser tu lugar seguro.

Acallaste las voces en mi cabeza,
les cantaste una canción,
sostuviste mis manos temblorosas y besaste cada uno de mis dedos,
no juzgaste,
ni exigiste nada,
me esperaste,
todo el tiempo que necesité.

No me vendaste,
ni me salvaste,
me sostuviste todo el tiempo mientras lo hacía yo sola.

Estuviste en primera fila aplaudiendo mientras aprendía cómo sanarme.

Entendiste mis heridas,
abrazaste mis miedos,
besaste cada una de mis cicatrices,
y me amaste en todas mis versiones.

En la de cantante,
escritora,
periodista,
artista
y feminista,
en mi faceta de ingeniera,
bilingüe,
y amante al vino.

Y me amaste ahí, 
en aquella noche,
calmándome tras un ataque de ansiedad,
contando hasta veinte,
respiraste conmigo cada uno de los segundos.

Y ahí,
ahí también me amaste.

Me quieres a color,
pero también en blanco y negro.

No entiendo esto tan bonito que me regalaste.

Pero se que tendremos tiempo para descifrarlo.

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