sábado, 3 de noviembre de 2018

Ángela.


Me mira con miedo,
y  está puesta esa camisa roja que tanto le gusta.

Pide ayuda,
todo el tiempo;
cuando lleva días sin llegar a casa,
cuando en su habitación guarda botellas de ron vacías,
cuando besa mas de tres bocas en un día,
y no le cuenta a nadie que hace ya varias semanas
no ha podido ducharse sin que le duelan los huesos.

Y cuando se maquilla le tiembla la mano,
por Dios que sólo tiene 23,
que ¿qué pasó?
si hace meses era la reina de la pista.

Y los exámenes siguen sin arrojar nada,
que mamá ya no tiene dinero para más,
que necesita otro trabajo para pagar tanta cuenta.

Los somníferos ya no ayudan,
y hay días en los que el dolor es insoportable.

Pero los exámenes siguen sin arrojar nada,
y mamá ya no tiene dinero.

Sigue yendo aquel bar los viernes,
a la misma hora,
en el mismo asiento de la barra.

Nunca falta,
como si perdiera puntos de asistencia de ser así.

"Te perdiste la clase de Literatura Inglesa"
-le dije aquella vez-
ella sorprendida volteó la mirada,
haciendo esa cara tan suya
como cuando intenta recordar algo.

Por supuesto que no sabía quién era,
si yo curso economía,
y por eso se me va tan mal esto de las letras.

Pero ella me ha dicho que para escribir no se necesitaba mucho,
así que lo he intentado.

Y es que cómo no tratar de hacerle mil poemas
a esa señorita de caminar apurado,
de la de mil pañuelos,
la de las converse de siempre.

Cómo no intentar darle vida
a esa cabellera tan singular,
que baila a medida de su caminar.

Cómo no le voy a decir,
que no está loca,
que le creo,
que me duele en el alma
saber que ha pasado a segunda escena,
porque ya no puede bailar como antes,
que ahora prefiere escribir en su laptop,
porque sostener un esfero le resulta una tarea suicida.

Que yo le creo;
pero los exámenes siguen sin arrojar nada.

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